Pasa que te la pasas añorando algo toda tu vida, lo obtienes, te sientes bien y luego la rutina lo toca, juega con ello como si fuera uno de los trenes que tanto te gustaban de pequeñ@. Mientras tanto, estás ahí observando como tu tren se vuelve parte de tus días y los muebles lo absorben hasta que lo tiñen del color gris, insípido e inanimado.
Miras a los demás cómo son de felices divirtiéndose con juegos tan simples que solo requieren de una tiza y un pedazo de vereda destruida, sabes y sientes que quieres divertirte como ellos pero no quieres romper tu lazo con el objeto sin color allá en el mueble. Así que decides ir y jugar y jugar y jugar para ver si te vuelve a hacer sentir como los primeros días en que fue tuyo; pero no... sabes en lo más profundo de tu ser que no pasa, no se enciende ninguna chispa, no sale ni una sola sonrisa sin que esta sea fingida...
Te enojas, tiras el tren y no quieres que esté cerca tuyo porque el solo verlo te molesta, sin embargo, reprimes toda palabra mala hacia él y te aguantas las ganas de volverlo a poner en el mueble estúpido del que lo sacaste para darle una última oportunidad.
Entonces ese sentimiento se forma en tu garganta, pasa por todo tu sistema y te contamina... no quieres poner tu tren en ese mueble olvidado para no tener que verlo desintegrarse poco a poco mientras te recuerda que fuiste tú quien lo puso en ese lugar; tampoco quieres tenerlo cerca porque ya no te hace sentir nada especial
Entonces... hay una pregunta que esa pequeña voz de tu cabeza hace todos los días
